Pablo Neruda -Testamento de otoño- |
sábado, 19 de febrero de 2005 |
Testamento de otoño
Entre morir y no morir me decidí por la guitarra y en esta intensa profesión mi corazón no tiene tregua, porque donde menos me esperan yo llegaré con mi equipaje a cosechar el primer vino en los sombreros del otoño. Entraré si cierran la puerta y si me reciben me voy, no soy de aquellos navegantes que se extravían en el hielo: yo me acomodo como el viento, con las hojas más amarillas, con los capítulos caídos de los ojos de las estatuas y si en alguna parte descanso es en la propia nuez del fuego, en lo que palpita y crepita y luego viaja sin destino.
A lo largo de los renglones habrás encontrado tu nombre, lo siento muchísimo poco, no se trataba de otra cosa sino de muchísimo más, porque eres y porque no eres y esto le pasa a todo el mundo, nadie se da cuenta de todo y cuando se suman las cifras todos éramos falsos ricos: ahora somos nuevos pobres...
A quién dejo tanta alegría que pululó por mis venas y este ser y no ser fecundo que me dio la naturaleza? He sido un largo río lleno de piedras duras que sonaban con sonidos claros de noche, con cantos oscuros de día y a quién puedo dejarle tanto, tanto qué dejar y tan poco, una alegría sin objeto, un caballo solo en el mar, un telar que tejía viento? Mis tristezas se las destino a los que me hicieron sufrir, pero me olvidé cuáles fueron, y no sé dónde las dejé, si las ven en medio del bosque son como las enredaderas suben del suelo con sus hojas y terminan donde terminas, en tu cabeza o en el aire, y para que no suban más hay que cambiar de primavera. Anduve acercándome al odio, son serios sus escalofríos, sus nociones vertiginosas. El odio es un pez espada, se mueve en el agua invisible y entonces se le ve venir, y tiene sangre en el cuchillo: lo desarma las transparencias.
Entonces para qué odiar a los que tanto nos odiaron?...
Matilde Urrutia, aquí te dejo lo que tuve y lo que no tuve, lo que soy y lo que no soy. Mi amor es un niño que llora: no quiere salir de tus brazos, yo te lo dejo para siempre: eres para mí la más bella. Eres para mí la más bella, la más tatuada por el viento como un arbolito del sur, como un avellano en agosto. Eres para mí suculenta como una panadería, es de tierra tu corazón, pero tus manos son celestes. Eres roja y eres picante, eres blanca y eres salada como escabeche de cebolla. Eres un piano que ríe con todas las notas del alma y sobre mí cae la música de tus pestañas y tu pelo. Me baño en tu sombra de oro y me deleitan tus orejas como si las hubiera visto en las mareas de coral...
De Sur a Sur se abren tus ojos y de Este a Oeste tu sonrisa, no se te pueden ver los pies y el sol se entretiene estrellando el amanecer en tu pelo. Tu cuerpo y tu rostro llegaron, como yo, de regiones duras, de ceremonias lluviosas, de antiguas tierras y martirios, sigue cantando el Bío-Bío en nuestra arcilla ensangrentada, pero tú trajiste del bosque todos los secretos perfumes y esa manera de lucir un perfil de flecha perdida, una medalla de guerrero. Tú fuiste mi vencedora por el amor y por la tierra, porque tu boca me traía antepasados manantiales, citas en bosques de otra edad, oscuros tambores mojados: de pronto oí que me llamaban, era de lejos y de cuando me acerqué al antiguo follaje y besé mi sangre en tu boca, corazón mío, mi araucana.
Qué puedo dejarte si tienes, Matilde Urrutia, en tu contacto ese aroma de hojas quemadas, esa fragancia de frutillas y entre tus dos pechos marinos el crepúsculo de Cauquenes y el olor de peumo de Chile?
Es el alto otoño del mar lleno de niebla y cavidades, la tierra se extiende y respira, se le caen al mes las hojas. Y tú inclinada en mi trabajo con tu pasión y tu paciencia deletreando las patas verdes, las telarañas, los insectos de mi mortal caligrafía. O leona de pies pequeñitos, qué haría sin tus manos breves, dónde andaría caminando sin corazón y sin objeto, en qué lejanos autobuses, enfermo de fuego o de nieve?
Te debo el otoño marino con la humedad de las raíces y el sol silvestre y elegante: te debo este cajón callado en que se pierden los dolores y sólo suben a la frente las corolas de la alegría. Todo te lo debo a ti, tórtola desencadenada, mi codorniza copetona, mi jilguero de las montañas, mi campesina de Coihueco.
Alguna vez si ya no somos, si ya no vamos ni venimos bajo siete capas de polvo y los pies secos de la muerte, estaremos juntos, amor, extrañamente confundidos. Nuestras espinas diferentes, nuestros ojos maleducados, nuestros pies que no se encontraban y nuestros besos indelebles, todo estará por fin reunido, pero de qué nos servirá la unidad de un cementerio? Que no nos separe la vida y se vaya al diablo la muerte!...
Aquí me despido, señores, después de tantas despedidas y como no les dejo nada quiero que todos toquen algo: lo más inclemente que tuve, lo más insano y más ferviente vuelve a la tierra y vuelve a ser: los pétalos de la bondad cayeron como campanadas en la boca verde del viento.
Pero yo recogí con creces la bondad de amigos y ajenos. Me recibía la bondad por donde pase caminando y la encontré por todas partes como un corazón repartido.
Qué fronteras medicinales no destronaron mi destierro compartiendo conmigo el pan, el peligro, el techo y el vino? El mundo abrió sus arboledas y entré como Juan por su casa entre dos filas de ternura. Tengo en el Sur tantos amigos como los que tengo en el Norte, no se puede poner el sol entre mis amigos del Este, y cuántos son en el Oeste? No puedo numerar el trigo...
En todas partes recogí la miel que devoran los osos, la sumergida primavera, el tesoro de! elefante, y eso se lo debo a los míos, a mis parientes cristalinos. El pueblo me identificó y nunca dejé de ser pueblo. Tuve en la palma de la mano el mundo con sus archipiélagos y como soy ir renunciable no renuncié a mi corazón, a las ostras ni a las estrellas. De tantas veces que he nacido tengo una experiencia salobre como criatura del mar con celestiales atavismos y con destinación terrestre. Y así me muevo sin saber a qué mundo voy a volver o si voy a seguir viviendo. Mientras se resuelven las cosas aquí dejé mi testimonio, mi navegante estravagario para que leyéndolo mucho nadie pudiera aprender nada, sino el movimiento perpetuo de un hombre claro y confundido, de un hombre lluvioso y alegre, enérgico y otoño abundo.
Y ahora detrás de esta hoja me voy y no desaparezco: daré un salto en la transparencia como un nadador del cielo, y luego volveré a crecer hasta ser tan pequeño un día que el viento me llevará y no sabré cómo me llamo y no seré cuando despierte:
entonces cantaré en silencio.
Autumn testament
Between dying and not dying I picked on the guitar and in that dedication my heart takes no respite, for where I’m least expected I turn up with my stuff to gather the first wine in the sombreros of autumn.
If they close the door, I’ll go in if they greet me, I’ll be off. I’m not one of those sailors who flounder about on the ice. I’m adaptable as the wind is, with the yellowest leaves, with the fallen histories in the eyes of statues, and if I come to rest anywhere, it’s in the nub of the fire, the throbbing crackling part that flies off to nowhere.
Along the margins you’ll have come across your name, I don’t apologize, it had to do with nothing except almost everything, for you do and you don’t exist- that happens to everybody- nobody realizes, and when they add up the figures, we’re not rich at all- now we’re the new poor...
Has anyone been granted as much joy as I have (it flows through my veins) and this fruitful unfruitful mixture that is my nature? I’ve been a great flowing river with hard ringing stones, with clear night-noises, with dark day-songs. To whom can I leave so much, so much and so little, joy beyond its objects, a lone horse by the sea, a loom weaving the wind?
My own sorrows I leave to all those who made me suffer but by now I’ve forgotten them and I don’t know where I lost them- if they turn up in the forest they’re like tangle weeds. They grow from the ground up and end where you end, at your head, at the air- to keep them from growing, spring has to be changed. I’ve come within range of hate. Terrifying, its tremors, its dizzying obsessions. Hate’s like a swordfish invisible in the water, knifing suddenly into sight with blood on its blade- clear water misleads you.
Why, why do we hate so much those who hate us?...
Matilde Urrutia, I’m leaving you here all I had, all I didn’t have, all I am, all I am not. My love is a child crying, reluctant to leave your arms, I leave it to you forever- you are my chosen one.
You are my chosen one, more tempered by winds than thin trees in the south, a hazel in August, for me you are as delicious as a great bakery. You have an earth heart but your hands are from heaven.
You are red and spicy, you are white and salty like pickled onions, you are a laughing piano with every human note and music runs over me from your eyelashes and your hair. I wallow in your gold shadow, I’m enchanted by your ears as though I had seen them before in underwater coral... Your eyes widen from south to south, your smile goes east and west your feet can hardly be seen, and the sun takes pleasure in dawning in your hair. Your face and your body come from hard places, as I do, from rain-washed rituals, ancient lands and martyrs. The Bío-Bío still sings in our bloodstained clay, but you brought from the forest every secret scent, and the way your profile has of shining like a lost arrow, an old warrior’s medal. You overcame me with love and origins, because your mouth brought back ancient beginnings, forest meetings from another time, dark ancestral drums. I suddenly heard myself summoned- it was far away, vague. I moved close to ancient foliage. I touched my blood in your mouth, dear love, my Araucana.
What can I leave you Matilde, when you have at your touch that aura of burning leaves, that fragrance of strawberries, and between your sea-breasts the half-light of Cauquenes, and the laurel-smell of Chile? It is high autumn at sea, full of mists and hidden places; the land stretches and breathes, leaves fall by the month. And you, bent over my work, with both passion and patience, deciphering the green prints, the spider webs, the insects of my fateful handwriting. Lioness on your little feet, what would I do without the neat ways of your hands? Where would I be wandering with no heart, with no end? On what faraway buses, flushed with fire or snow?
I owe you marine autumn with dankness at its roots and the graceful sun of the country; I owe you the silent space in which sorrows lose themselves and only the bright crown of joy comes to the surface. I owe you it all, my unchained dove, my crested quail, my mountain finch, my peasant from Coihueco. Sometime, when we’ve stopped being, stopped coming and going, under seven blankets of dust and the dry feet of death, we’ll be close again, love, curious and puzzled. Our different feathers, our bumbling eyes, our feet which didn’t meet and our printed kisses, all will be back together, but what good will it do us, the closeness of a grave?
Let life not separate us; and who cares about death?
So I’m saying good-bye, gentlemen, after so many farewells; and since I’m leaving nothing, I want everyone to have something; the stormiest thing I had, the craziest and most seething comes back to earth, comes back to life. The petals of well-wishing fell like bells in the green mouth of the wind.
But I’ve had in abundance the bounty of friends of strangers. I’ve found generosity wherever my ways took me and I found it everywhere like a shared-out heart.
Nor did medicinal frontiers every upset my exile- they shared bread with me, danger, shelter, wine. The world threw open its orchards and I went in, like Jack to his house, between two rows of tenderness. I have as many friends in the South as I have in the North, the sun could never set on my friends in the East- and how many in the West? I can’t count the wheat...
Everywhere I gathered the honey that bears devour, the secret stirrings of spring, the treasure of the elephants, and that I leave to my own ones, the clear stream of my family. The people defined me and I never stopped being one of them. I held in the palm of my hand the world with its archipelagoes and since I can’t be denied, I never denied by heart, or oysters, or stars. From having been born so often I have salty experience like creatures of the sea with a passion for stars and an earthy destination. And so I move without knowing to which world I’ll be returning or if I’ll go on living. While things are settling down, here I’ve left my testament, my shifting extravagaria, so whoever goes on reading it will never take in anything except the constant moving of a clear and bewildered man, a man rainy and happy, lively and autumn-minded.
And now I’m going behind this page, but not disappearing. I’ll dive into clear air like a swimmer in the sky, and then get back to growing till one day I’m so small that the wind will take me away and I won’t know my own name and I won’t be there when I wake.
Then I will sing in the silence.
Translated by Alastair ReidEtiquetas: Pablo Neruda |
posted by Bishop @ 3:15 |
|
|