Pablo Neruda -Sandino- |
lunes, 23 de mayo de 2005 |
Sandino
Fue cuando en tierra nuestra se enterraron las cruces, se gastaron inválidas, profesionales. Llegó el dólar de dientes agresivos a morder territorio, en la garganta pastoril de América. Agarró Panamá con fauces duras, hundió en la tierra fresca sus colmillos, chapoteó en barro, whisky, sangre, y juró un Presidente con levita: «Sea con nosotros el soborno de cada día.» Luego, llegó el acero, y el canal dividió las residencias, aquí los amos, allí la servidumbre. Corrieron hacia Nicaragua. Bajaron, vestidos de blanco, tirando dólares y tiros. Pero allí surgió un capitán que dijo: «No, aquí no pones tus concesiones, tu botella.» Le prometieron un retrato de Presidente, con guantes, banda terciada y zapatitos de charol recién adquiridos. Sandino se quitó las botas, se hundió en los trémulos pantanos, se terció la banda mojada de la libertad en la selva, y, tiro a tiro, respondió a los «civilizadores.» La furia norteamericana fue indecible: documentados embajadores convencieron al mundo que su amor era Nicaragua, que alguna vez el orden debía llegar a sus entrañas soñolientas. Sandino colgó a los intrusos. Los héroes de Wall Street fueron comidos por la ciénaga, un relámpago los mataba, más de un machete los seguía, una soga los despertaba como una serpiente en la noche, y colgando de un árbol eran acarreados lentamente por coleópteros azules enredaderas devorantes. Sandino estaba en el silencio, en la Plaza del Pueblo, en todas partes estaba Sandino, matando norteamericanos, ajusticiando invasores. Y cuando vino la aviación, la ofensiva de los ejércitos acorazados, la incisión de aplastadores poderíos, Sandino, con sus guerrilleros, como un espectro de la selva, era un árbol que se enroscaba o una tortuga que dormía o un río que se deslizaba. Pero árbol, tortuga, corriente fueron la muerte vengadora, fueron sistemas de la selva, mortales síntomas de araña. (En 1948 un guerrillero de Grecia, columna de Esparta, fue la urna de luz atacada por los mercenarios del dólar. Desde los montes echó fuego sobre los pulpos de Chicago, y como Sandino, el valiente de Nicaragua, fue llamado «bandolero de las montañas.») Pero cuando fuego, sangre y dólar no destruyeron la torre altiva de Sandino, los guerreros de Wall Street hicieron la paz, invitaron a celebrarla al guerrillero, y un traidor recién alquilado le disparó su carabina. Se llama Somoza. Hasta hoy está reinando en Nicaragua: los treinta dólares crecieron y aumentaron en su barriga. Ésta es la historia de Sandino, capitán de Nicaragua, encarnación desgarradora de nuestra arena traicionada, dividida y acometida, martirizada y saqueada.
Sandino
It was when the crosses were buried in our land--- they were spent, invalid, professional. The dollar came with agressive teeth to bite territory, in America's pastoral throat. It seized Panama with powerful jaws, sank its fangs into the fresh earth, wallowed in mud, whisky, blood, and swore in a President with a frock coat: "Give us this day our daily bribe." Later, steel came, and the canal segregated residences, the masters here, the servants there. They rushed to Nicaragua. They disembarked, dressed in white, firing dollars and bullets. But there a captain rose forth, saying: "No, here you're not putting your concessions, your bottle." They promised him a portrait of the President, with gloves, ribbons, and patent leather shoes, recently acquired. Sandino took off his boots, plunged into the quivering swamps, wore the wet ribbon of freedom in the jungle, and bullet by bullet, he answered the "civilizers." North American fury was indescribable: documented ambassadors convinced the world that their love was Nicaragua, sooner or later order must reach its sleepy intestines. Sandino hanged the intruders. The Wall Street heroes were devoured by the swamp, a thunderbolt struck them down, more than one machete followed them, a noose awakened them like a serpent in the night, and hanging from a tree they were carried off slowly by blue beetles and devouring vines. Sandino was in the silence, in the Plaza of the People, everywhere Sandino, killing North Americans, executing invaders. And when the air corps came, the offensive of the armed forces, the incision of pulverizing powers, Sandino, with his guerrillas, was a jungle specter, a coiled tree or a sleeping tortoise or a gliding river. But tree, tortoise, current were avenging death, jungle sysyems, the spider's mortal symptoms. (In 1948 a guerrilla from Greece, Sparta column, was the urn of light attacked by the dollar's mercenaries. From the mountains he fired on the octupi from Chicago and, like Sandino, the stalwart man from Nicaragua, he was named "the mountain bandit.") But when fire, blood, and dollar didn't destroy Sandino's proud tower, the Wall Street guerrillas made peace, invited the guerrilla to celebrate, and a newly hired traitor shot him with his rifle. His name is Somoza. To this day he's ruling in Nicaragua: the thirty dollars grew and multiplied in his belly. This is the story of Sandino, captain from Nicaragua, heartbreaking incarnation of our sand betrayed, divided and assailed, martyred and sacked.Etiquetas: Pablo Neruda |
posted by Bishop @ 12:50 |
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