Pablo Neruda -Un perro ha muerto- |
lunes, 30 de mayo de 2005 |
Un perro ha muerto
Mi perro ha muerto. Lo enterré en el jardín junto a una vieja máquina oxidada.
Allí, no más abajo, ni más arriba, se juntará conmigo alguna vez.
Ahora él ya se fue con su pelaje, su mala educación, su nariz fría.
Y yo, materialista que no cree en el celeste cielo prometido para ningún humano, para este perro o para todo perro creo en el cielo, sí, creo en un cielo donde yo no entraré, pero él me espera ondulando su cola de abanico para que yo al llegar tenga amistades.
Ay no diré la tristeza en la tierra de no tenerlo más por compañero que para mí jamás fue un servidor. Tuvo hacia mí la amistad de un erizo que conservaba su soberanía, la amistad de una estrella independiente sin más intimidad que la precisa, sin exageraciones: no se trepaba sobre mi vestuario llenándome de pelos o de sarna, no se frotaba contra mi rodilla como otros perros obsesos sexuales.
No, mi perro me miraba dándome la atención necesaria la atención necesaria para hacer comprender a un vanidoso que siendo perro él, con esos ojos, más puros que los míos, perdía el tiempo, pero me miraba con la mirada que me reservó toda su dulce, su peluda vida, su silenciosa vida, cerca de mí, sin molestarme nunca, y sin pedirme nada.
Ay cuántas veces quise tener cola andando junto a él por las orillas del mar, en el Invierno de Isla Negra, en la gran soledad: arriba el aire traspasando de pájaros glaciales y mi perro brincando, hirsuto, lleno de voltaje marino en movimiento: mi perro vagabundo y olfatorio enarbolando su cola dorada frente a frente al Océano y su espuma. alegre, alegre, alegre como los perros saben ser felices, sin nada más, con el absolutismo de la naturaleza descarada. No hay adiós a mi perro que se ha muerto.
Y no hay ni hubo mentira entre nosotros. Ya se fue y lo enterré, y eso era todo.
A dog has died
My dog has died. I buried him in the garden next to a rusted old machine.
Some day I'll join him right there, but now he's gone with his shaggy coat, his bad manners and his cold nose, and I, the materialist, who never believed in any promised heaven in the sky for any human being, I believe in a heaven I'll never enter. Yes, I believe in a heaven for all dogdom where my dog waits for my arrival waving his fan-like tail in friendship.
Ai, I'll not speak of sadness here on earth, of having lost a companion who was never servile. His friendship for me, like that of a porcupine withholding its authority, was the friendship of a star, aloof, with no more intimacy than was called for, with no exaggerations: he never climbed all over my clothes filling me full of his hair or his mange, he never rubbed up against my knee like other dogs obsessed with sex.
No, my dog used to gaze at me, paying me the attention I need, the attention required to make a vain person like me understand that, being a dog, he was wasting time, but, with those eyes so much purer than mine, he'd keep on gazing at me with a look that reserved for me alone all his sweet and shaggy life, always near me, never troubling me, and asking nothing.
Ai, how many times have I envied his tail as we walked together on the shores of the sea in the lonely winter of Isla Negra where the wintering birds filled the sky and my hairy dog was jumping about full of the voltage of the sea's movement: my wandering dog, sniffing away with his golden tail held high, face to face with the ocean's spray.
Joyful, joyful, joyful, as only dogs know how to be happy with only the autonomy of their shameless spirit.
There are no good-byes for my dog who has died, and we don't now and never did lie to each other.
So now he's gone and I buried him, and that's all there is to it.
Translated by Alfred Yankauer Etiquetas: Pablo Neruda |
posted by Bishop @ 11:00 |
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