La tierra de Alvargonzález
La casa
I La casa de Alvargonzález era una casona vieja, con cuatro estrechas ventanas, separada de la aldea cien pasos y entre dos olmos que, gigantes centinelas, sombra le dan en verano, y en el otoño hojas secas. Es casa de labradores, gente aunque rica plebeya, donde el hogar humeante con sus escaños de piedra se ve sin entrar, si tiene abierta al campo la puerta. Al arrimo del rescoldo del hogar borbollonean dos pucherillos de barro, que a dos familias sustentan. A diestra mano, la cuadra y el corral; a la siniestra, huerto y abejar, y, al fondo, una gastada escalera, que va a las habitaciones partidas en dos viviendas. Los Alvargonzález moran con sus mujeres en ellas. A ambas parejas que hubieron, sin que lograrse pudieran, dos hijos, sobrado espacio les da la casa paterna. En una estancia que tiene luz al huerto, hay una mesa con gruesa tabla de roble, dos sillones de vaqueta, colgado en el muro, un negro ábaco de enormes cuentas, y unas espuelas mohosas sobre un arcón de madera. Era una estancia olvidada donde hoy Miguel se aposenta. Y era allí donde los padres veían en primavera el huerto en flor, y en el cielo de mayo, azul, la cigüeña —cuando las rosas se abren y los zarzales blanquean— que enseñaba a sus hijuelos a usar de las alas lentas. Y en las noches del verano, cuando la calor desvela, desde la ventana al dulce ruiseñor cantar oyeran. Fue allí donde Alvargonzález, del orgullo de su huerta y del amor a los suyos, sacó sueños de grandeza. Cuando en brazos de la madre vio la figura risueña del primer hijo, bruñida de rubio sol la cabeza, del niño que levantaba las codiciosas, pequeñas manos a las rojas guindas y a las moradas ciruelas, o aquella tarde de otoño, dorada, plácida y buena, él pensó que ser podría feliz el hombre en la tierra. Hoy canta el pueblo una copla que va de aldea en aldea: «¡Oh casa de Alvargonzález, qué malos días te esperan; casa de los asesinos, que nadie llame a tu puerta!»
II Es una tarde de otoño. En la alameda dorada no quedan ya ruiseñores; enmudeció la cigarra. Las últimas golondrinas, que no emprendieron la marcha, morirán, y las cigüeñas de sus nidos de retamas, en torres y campanarios, huyeron. Sobre la casa de Alvargonzález, los olmos sus hojas que el viento arranca van dejando. Todavía las tres redondas acacias, en el atrio de la iglesia, conservan verdes sus ramas, y las castañas de Indias a intervalos se desgajan cubiertas de sus erizos; tiene el rosal rosas grana otra vez, y en las praderas brilla la alegre otoñada. En laderas y en alcores, en ribazos y en cañadas, el verde nuevo y la hierba, aún del estío quemada, alternan; los serrijones pelados, las lomas calvas, se coronan de plomizas nubes apelotonadas; y bajo el pinar gigante, entre las marchitas zarzas y amarillentos helechos, corren las crecidas aguas a engrosar el padre río por canchales y barrancas. Abunda en la tierra un gris de plomo y azul de plata, con manchas de roja herrumbre, todo envuelto en luz violada. ¡Oh tierras de Alvargonzález, en el corazón de España, tierras pobres, tierras tristes, tan tristes que tienen alma! Páramo que cruza el lobo aullando a la luna clara de bosque a bosque, baldíos llenos de peñas rodadas, donde roída de buitres brilla una osamenta blanca; pobres campos solitarios sin caminos ni posadas, ¡oh pobres campos malditos, pobres campos de mi patria!
The land of Alvargonzález
The house
1 The house of Alvargonzález is an old humble mansion with four narrow windows, a hundred yards from the village set between two elm trees, two giant sentinels who furnish shade in summer and in autumn dry leaves. It is a house of farmers, people rich but peasants where the smoking fireplace with its seats made of stone is easily seen from the outside, the door open to the fields. Set amid the embers on the fireplace are bubbling two stewpots of clay for nourishing the two families. On the right the yard and the corral; on the left the orchard and beehives. In the back a worn staircase leading up to the rooms divided in sleeping quarters. The Alvargonzáles live in them with their women. Neither of these couples have brought sons into the world and so the paternal house bequeaths them ample space. In one room with a view on the light over the orchard, a table with thick oak boards, and two chairs of cowhide. Hanging from the wall a black abacus with great beads and some old rusty spurs lying on a wooden chest. There is a forgotten room where now Miguel is living. It was there where his parents saw the orchard in spring buzzing with flowers, a sky in blue May with a stork (when roses spring open and brambles turn white) instructing its fledglings to use their slow wings to fly. And on a summer night when heat won't permit sleep, from the open window they hear the invisible nightingale singing. There Alvargonzález with pride in his orchards and love for his new family had dreams of grandeur. He saw the laughing figure of his first son in the arms of his mother, the face radiant under yellow sun, and then the boy's small greedy hands reached for the red mazzard berries and the cherries. That autumn evening was gold, placid and good, and he thought it possible to live happy on the earth. Now the people sing verses drifting from village to village, “House of Alvargonzález, bad days are waiting for you. House of the murderers, Let no one call at your door.”
2 It is an autumn afternoon. In the golden poplar grove there are no more nightingales; the cicada is numb. The last few swallows who have not begun to migrate will die, and the storks from their nest of broom twigs on bell towers and spires have fled. On the farmhouse roof the wind has left a scattering of elm leaves torn from the branches. Yet three round acacias in the courtyard of the church still have green leafage. The horse chestnuts, protected in their husks, one by one break loose, drop on the ground. The rose tree again is dropping seed, and the wide meadows glitter in the season's rays. On hillsides and hollows, on banks and on clearings, bits of new green and grass that summer hasn't scorched flap about. Barren summits and bald knolls and bluffs wear the crown of sinking metallic globes of clouds. On the floor of pine forests, between withered brambles and the yellowish bracken small swollen streams race to fatten the master river swirling over rocks and ravines. The plowed earth is colored with lead and silver blue, with stains of red iron rust enveloped in violet light. O fields of Alvargonzález tracing the heart of Spain, poor lands, sorrowful lands, so sad they have a soul! Wasteland. The wolf crosses, howling under the bright moon, as it goes from wood to wood, circled by scrubland and gnawed cliffs where the vultures pick clean remnants of shiny white bones. The poor solitary fields have no highway nor inns, O poor doomed fields, the poor fields of my country!
Translated by Willis BarnstoneEtiquetas: Antonio Machado |