domingo, 28 de enero de 2007

Jorge Luis Borges -Qué será del caminante fatigado-

Qué será del caminante fatigado

¿En cuál de mis ciudades moriré?

¿En Ginebra, donde recibí la revelación, no de Calvino ciertamente, sino de Virgilio y de Tácito?

¿En Montevideo donde Luis Melián Lafinur, ciego y cargado de años, murió entre los archivos de esa imparcial historia del Uruguay que no escribió nunca?

¿En Nara donde en una hostería japonesa dormí en el suelo y soñé con la terrible imagen del Buda, que yo había tocado y no visto, pero que vi en el sueño?

¿En Buenos Aires, donde soy casi un forastero, dado mis muchos años, o una costumbre de la gente que me pide un autógrafo?

¿En Austin, Texas, donde mi madre y yo, en el otoño de 1961, descubrimos América?

Otros lo sabrán y lo olvidarán.

¿En qué idioma habré de morir?

¿En el castellano que usaron mis mayores para comandar una carga o para conversar un truco?

¿En el inglés de aquella Biblia que mi abuela leía frente al desierto?

Otros lo sabrán y lo olvidarán.

¿Qué hora será?

La del crepúsculo de la paloma, cuando aún no hay colores, la del crepúsculo del cuervo, cuando la noche simplifica y abstrae las cosas visibles, o la hora trivial, las dos de la tarde?

Otros lo sabrán y lo olvidarán.

Estas preguntas no son digresiones del miedo, sino de la impaciente esperanza. Son parte de la trama fatal de efectos y de Causas, que ningún hombre puede Predecir, y acaso ningún dios.


The weft

Which of my cities will I die in?

In Geneva, where I had the revelation not of Calvin, but of Virgil and Tacitus?

In Montevideo, where Luis Melián Lafinur, blind and heavy with years, died amongst the archives of that impartial history of Uruguay he would not write ever?

In Nara, where in a Japanese guesthouse I slept on the floor and dreamed the terrible image of Buddha, which I had touched and not seen, but saw in my dream?

In Buenos Aires, where I am nearly a foreigner, given my years, or a custom of people who ask me for an autograph?

In Austin, Texas, where my mother and I, in the autumn of 1961, discovered America?

Others will know and forget it.

In what language shall I die? In the Spanish used by my elders to lead a charge or play at cards?

The English of that Bible my grandmother read the desert fronting?

Others will know and forget it.

What time will it be?

Twilight of the dove, when no colors are yet, twilight of the crow, when night refines and abstracts visible things, or the trivial hour, two in the afternoon?

Others will know and forget it.

These questions are not digressions from fear, but from impatient hope.

They are part of the fatal weft of cause and effect, which no man may predict, perhaps no god.

Translated by Christopher Mulrooney

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