No existe el hombre
Sólo la luna sospecha la verdad.
Y es que no existe el hombre.
La luna tantea por los llanos, atraviesa los ríos,
penetra por los bosques.
Modela las aún tibias montañas.
Encuentra el calor de las ciudades erguidas.
Fragua una sombra, mata una oscura esquina,
inunda de fulgurantes rosas
el misterio de las cuevas donde no huele a nada.
La luna pasa, sabe, canta, avanza sin descanso.
Un mar no es un lecho donde el cuerpo de un hombre puede tenderse a solas.
Un mar no es un sudario para una muerte lúcida.
La luna sigue, cala, ahonda, raya las profundas arenas.
Mueve fantástica los verdes rumores aplacados.
Un cadáver en pie un instante se mece,
duda, ya avanza, verde queda inmóvil.
La luna miente sus brazos rotos,
su imponente mirada donde unos peces anidan.
Enciende las ciudades hundidas donde todavía se pueden oír
(qué dulces) las campanas vividas;
donde las ondas postreras aún repercuten sobre los pechos neutros,
sobre los pechos blandos que algún pulpo ha adorado.
Pero la luna es pura y seca siempre.
Sale de un mar que es una caja siempre,
que es un bloque con límites que nadie, nadie estrecha,
que no es una piedra sobre un monte irradiando.
Sale y persigue lo que fuera los huesos,
lo que fuera las venas de un hombre,
lo que fuera su sangre sonada, su melodiosa cárcel,
su cintura visible que a la vida divide,
o su cabeza ligera sobre un aire hacia oriente.
Pero el hombre no existe.
Nunca ha existido, nunca.
Pero el hombre no vive, como no vive el día.
Pero la luna inventa sus metales furiosos.
Man doesn't exist
Only the moon guesses the truth.
And it’s that man doesn’t exist.
The moon gropes its way across the plains, fords the rivers,
penetrates the woods.
It fleshes out the still warm mountains,
runs into the heat from erect cities.
It forges a shadow, slays a dark corner,
drowns in shimmering roses
the mystery of caves where no scent can be found.
The moon keeps moving, seeing, singing, going on and on without a pause.
A sea is not a mattress where the body of a man can stretch out all by itself.
A sea isn’t a shroud for an otherwise shining death.
The moon keeps going; it soaks, sinks into, gullies out the beaches.
It sets the calm green murmurs to rocking crazily.
The standing carcass of a man sways for a moment, wavers,
lurches forward - green - stays put - stiff.
The moon takes note of its broken-down arms,
its disapproving glare at a couple of cuddling fish.
The moon sets fire to sunken cities where one can still hear
(how enchanting!) the clear bells,
where the last echoes of the surf still ripple over sexless breasts,
over soft breasts some octopus has worshipped.
But the moon stays forever pure and dry.
It comes from a sea that remains forever a box,
a block whose limits no one, no one can measure,
a sea that isn’t a hunk of rock glowing on top of a mountain.
The moon comes out and chases what once had been a skeleton,
what once had been the blood vessels of a human being,
once had been its resonant blood, its tuneful jail,
its distinct waist that splits life in two,
or its light head bobbing on the breeze, facing east.
But man doesn’t exist.
Never has existed, never.
But man doesn’t live, just as the day doesn’t live.
But the moon makes up his furious metals.
Translated by Dave Bronta
You mispelled my last name: it's Bonta, not Bronta.
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