Pablo Neruda -Oda al ojo- |
lunes, 21 de marzo de 2005 |
Oda al ojo
Poderoso eres, pero una arenilla, una paca de mosca, la mitad de un miligramo de polvo entrò en tu ojo derecho y el mundo se hizo negro y borroso, las calles se volvieron escaleras, los edificios se cubrieron de humo tu amor, tu hijo, tu plato cambiaron de color, se transforma en palmeras o arañas.
Cuida el ojo!
El ojo, globo de maravilla, pequeño pulpo de nuestro abismo que extrae la luz de las tinieblas, perla elaboradora, magnético azabache, maquinita rápida como nada o como nadie, fotògrafo vertiginoso, pintor francés, revelador de asombro. Ojo, diste nombre a la luz de la esmeralda, sigues el crecimiento del naranjo y controlas las leyes de la aurora, mides, adviertes el peligro, te encuentras con el rayo de otros ojos y arde en el corazòn la llamarada, como un milenario molusco, te sobrecoges al ataque del ácido, lees, lees números de banqueros, alfabetos de tiernos colegiales de Turquía, de Paraguay, de Malta, lees nòminas y novelas, abarcas olas, ríos, geografías, exploras, reconoces tu bandera en el remoto mar, entre los barcos, guardas al náufrago el retrato más azul del cielo y de noche tu pequeña ventana que se cierra se abre por otro lado como un túnel a la indecisa patria de los sueños.
Yo vi un muerto en la pampa salitrera, era un hombre del salitre, hermano de la arena. En una huelga mientras comía con sus compañeros lo derribaron, luego en su sangre que otra vez volvía a las arenas, los hombres empaparon sus banderas y por la dura pampa caminaron cantando y desafiando a sus verdugos. Yo me incliné para tocar su rostro y en las pupilas muertas, retratada, profunda, vi, que se había quedado viviente su bandera, la misma que llevaban al combate sus hermanos cantando, allí como en el pozo de toda la eternidad humana vi su bandera como fuego escarlata, como una amapola indestructible.
Ojo, tú faltabas en mí canto y cuando una vez más hacia el océano fui a dirigir las cuerdas de mi lira y de mi oda, tú delicadamente me mostraste qué tonco soy: vi la vida, la tierra, todo lo vi, menos mis ojos. Entonces dejaste penetrar bajo mis pápados un átomo de polvo. Se me nublò la vista. Vi el mundo ennegrecido. El oculista detrás de una escafandra me dirigiò su rayo y me dejò caer como a una ostra una gola de infierno. Más tarde, reflexivo, recobrando la vista y admirando los pardos, espaciosos ojos de la que adoro, borré mi ingratitud con esta oda que tus desconocidos ojos leen.
Ode to the eye
Powerful— but a grain of sand, a fly’s foot, half a milligram of dust entered your right eye and the world became dark and foggy. Streets became staircases, buildings were covered with smoke, your love, your son, your dinner plate changed color, turning into palm trees or spiders. Protect the eye! The eye, bubble of wonder, small octopus of our emptiness extracting brightness from shade, polished pearl, alluring blackness of the sea, swift engine like nothing and no one, dizzying photographer, French painter, revelator of oracle. Eye, you name the emerald glow, trace the growth of an orange tree, control the laws of sunrise. You measure, announce danger, encounter the glimmer of others. And fire burns in the heart, like an ancient mollusk. You sneer at the attacking acid. You read, read the banker’s numbers, ABCs by tender students from Turkey, Paraguay, Malta. Read reports and novels, seize waves, rivers, geographies. Explorer, you sight your flag in the remote sea, among the ships, giving the shipwrecked sailor the bluest portrait of the sky. Then, at night, your small closing window opens up from the other end, like a tunnel, to the unsettled homeland of dreams. I saw a dead man in the salt pampa, a man made of salt, a brother of sand. During a strike, while I ate with my compañeros, he was struck down. So they soaked their flags in his blood, coming back to the sand. Across the arid pampa they walked, singing, defying their oppressors. I bent down to touch his face. In his dead pupils, I saw, photographed in their depth, that his flag was still moving, the same one taken by his brothers into battle while they sang. There, in the well that holds humankind forever, I saw his flag, like scarlet fire, an indestructible poppy. Eye, you were missing from his song. When I returned to the ocean I played my lyre’s chords once again and sang my ode. You showed me, delicately, how foolish I am: I saw life, I saw the earth, I saw everything— except my own eyes. Then you let a particle of dust hide behind my eyelids. I lost my sight. The world grew darker. The eye doctor, in his white uniform, pointed his ray at me. He allowed an infernal drop to fall down like an oyster. Later, reflexive, having recovered my sight— and admiring the brownish, spacious eyes of my beloved— I erased my ingratitude with this ode, now being read, mysteriously, by you.
Translated by Ilan StavansEtiquetas: Pablo Neruda |
posted by Bishop @ 23:50 |
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