Invocación a Joyce
Dispersos en dispersas capitales,
solitarios y muchos,
jugábamos a ser el primer Adán
que dio nombre a las cosas.
Por los vastos declives de la noche
que lindan con la aurora,
buscamos (lo recuerdo aún) las palabras
de la luna, de la muerte, de la mañana
y de los otros hábitos del hombre.
Fuimos el imagismo, el cubismo,
los conventículos y sectas
que las crédulas universidades veneran.
Inventamos la falta de puntuación, la omisión de mayúsculas,
las estrofas en forma de paloma
de los bibliotecarios de Alejandría.
Ceniza, la labor de nuestras manos
y un fuego ardiente nuestra fe.
Tú, mientras tanto, forjabas en las ciudades del destierro,
en aquel destierro que fue
tu aborrecido y elegido instrumento,
el arma de tu arte,
erigías tus arduos laberintos,
infinitesimales e infinitos,
admirablemente mezquinos,
más populosos que la historia.
Habremos muerto sin haber divisado
la biforme fiera o la rosa
que son el centro de tu dédalo,
pero la memoria tiene sus talismanes, sus ecos de Virgilio,
y así en las calles de la noche perduran
tus infiernos espléndidos,
tantas cadencias y metáforas tuyas,
los oros de tu sombra.
Que importa nuestra cobardía si hay en la tierra
un solo hombre valiente,
qué importa la tristeza si hubo en el tiempo
alguien que se dijo feliz,
qué importa mi perdida generación,
ese vago espejo,
si tus libros la justifican.
Yo soy los otros. Yo soy todos aquellos
que ha rescatado tu obstinado rigor.
Soy los que no conoces y los que salvas.
Invocation to Joyce
Dispersed in dispersed capitals,
solitary and many,
we played at being the first Adam
who gave a name to things.
By the vast declines of night
that abut the dawn,
we sought (I still remember) the words
of the moon, death, morning
and other habits of men.
We were Imagism, Cubism,
conventicules and sects
that credulous universities venerate.
We invented want of punctuation,
lower case only,
dove-shaped strophes
from the Alexandrian library.
Ashes, our hands' labor
and ardent flame our faith.
You, meantime, forged
in cities of exile,
that exile which was
your abhorred and chosen instrument,
your art's weapon,
you raised your arduous labyrinths,
infinitesimal and infinite,
admirably low,
more populous than history.
We shall have died without having glimpsed
the biform beast or rose
at the center of your daedal,
but the mind keeps its talismans,
its Virgilian echoes,
and so perdure in the streets of night
your splendid infernos,
so many cadences and metaphors yours,
your golden shadow.
What matters our cowardice if there be on earth
one only valiant man,
what matters tristesse if in time there were
somebody happy who knew it,
what matters my lost generation,
that vague glass,
if your books justify it.
I am the other ones. All those
rescued by your obstinate rigor.
Whom you do not know and whom you save.
Translated by Christopher Mulrooney
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