domingo, 28 de enero de 2007

Jorge Luis Borges -La noche que en el sur lo velaron-

La noche que en el sur lo velaron

A Letizia Álvarez de Toledo

Por el deceso de alguien
—misterio cuyo vacante nombre poseo y cuya realidad
no abarcamos-
hay hasta el alba una casa abierta en el Sur,
una ignorada casa que no estoy destinado a rever,
pero que me espera esta noche
con desvelada luz en las altas horas del sueño,
demacrada de malas noches, distinta,
minuciosa de realidad.

A su vigilia gravitada en muerte camino
por las noches elementales como recuerdos,
por el tiempo abundante de la noche,
sin más oíble vida
que los vagos hombres de barrio junto al apagado almacén
y algún silbido solo en el mundo

Lento el andar, en la prosesión de la espera,
llego a la cuadra y a la casa y a la sincera puerta que busco
y me reciben hombres obligados a la gravedad
que participaron de los años de mis mayores,
y nivelamos destinos en una pieza habilitada que mira al patio
—patio que está bajo el poder y en la integridad de la noche-
y decimos, porque la realidad es mayor, cosas indiferentes
y somos desganados y argentinos en el espejo
y el mate compartido mide horas vanas.

Me conmueven las menudas sabidurías
que en todo fallecimiento se pierden
—hábito de unos libros, de una llave, de un cuerpo entre los otros—.
Yo sé que todo privilegio, aunque oscuro, es de linaje de milagro
y mucho lo es el de participar en esta vigilia,
reunida alrededor de lo que no se sabe: del Muerto,
reunida para acompañar y guardar su primera noche en la muerte.

(El velorio gasta las caras;
los ojos se nos están muriendo en lo alto como Jesús.)
¿Y el muerto, el increíble?
Su realidad está bajo las flores diferentes de él
y su mortal hospitalidad nos dará
un recuerdo más para el tiempo
y sentenciosas calles del Sur para merecerlas despacio
y la noche que de la mayor congoja nos libra:
la prolijidad de lo real.


Deathwatch on the southside

To Letizia Álvarez de Toledo

By reason of a death
—the mystery whose vacant name I know and whose reality
we cannot grasp—
a Southside house is open until dawn
unknown undestined for revisiting
but awaiting me tonight
with watchful light late when people sleep,
gaunt with bad nights, distinct,
minutial with reality.

To its vigil death-heavy I go
through streets like memories,
time's abundant night,
nothing audible
save vague men at a closed shop
and someone whistling alone in the world.

Slow walk, in the possession of hope,
to the block and house and sincere door I seek
and men receive me bound to be grave
who had a share in my elders' years,
and we weigh destinies in a habilitated room with a view of
the yard
—under the power and integrity of night—
and say, because reality is more, indifferent things
and listless are and Argentine in the mirror
and maté measures our vain hours.

Thin wisdom lost in death
I'm moved by
—books, a key, a body among others—
irrecoverable frequencies that for him
were friendship in this world.
I know all privilege, obscure however, is in the line of miracles
and much this is to share this vigil,
gathered round one unknown: the Dead,
gathered to incommunicate or guard his first night in death.

(This wake wastes everyone's face;
our eyes die on high like Jesus.)

And the dead, the unbelievable?
His reality oddly beflowered
amd mortal hospitality give us
yet another memory for time
and sententious Southside streets to merit slowly
and an obscure breeze on my face turning
and night that from the greater anguish frees us:
the prolix real.

Translated by Christopher Mulrooney

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